sábado, 6 de febrero de 2016

Acreedores o deudores ¿quien tiene la culpa?

un artículo escrito hace un año que mantiene su vigencia

La dramática situación a la que ha llegado Grecia y la Zona Euro anima a pensar sobre un tema despachado con muchas consignas y pocos argumentos sólidos: el origen de países acreedores y deudores en la Unión Europea.

Hay una posición sostenida por algunos opinadores que sin dudarlo señalan como culpables de la actual situación a la posición mantenida por los países acreedores. Los mismos extienden habitualmente su crítica a la falta de un determinado modelo de unión política o, lo que es casi lo mismo, afirmando que una unión monetaria no óptima como la creada con el euro debía provocar una situación de estas características. El reciente artículo publicado del actual Ministro de Economía griego, Yanis Varoufakis Una agenda para Europa  abunda en esta cuestión antes de presentar su propuesta de futuro. 

Después de leer su introducción sobre las mas que previsibles para él consecuencias negativas derivadas de una unión monetaria que no contaba con las necesarias contrapartidas (más detalle en los trabajos desarrollados por Mundell), una primera pregunta que me surge es porqué después de comprobar su fracaso en parar la creación del euro, no concentraron su energía y actividad en evitar las consecuencias negativas del cepo que supone un tipo de cambio fijo. Si tan seguros estaban de ese peligro -que comparto- debían haber informado en plazas y mercados (leáse medios de comunicación) del peligro de endeudarse con terceros y del grave problema provocado por pérdidas de competitividad debido al crecimiento de sus precios, porque la solución sería la devaluación interna, es decir, bajar los precios propios para recuperar la competitividad. 

Se debería haber aplicado una política preventiva de cuentas públicas y privadas sostenibles muy distinta a la utilizada en la práctica, que no estuvo acompañada de ninguna protesta conocida durante la larga época expansiva. La acertada argumentación recogida en su artículo de los peligros de esta unión monetaria no óptima le debía haber llevado a pedir austeridad entonces, evitando la tentación de caer en los encantos de los malvados prestamistas, que intentaron y lograron ante la pasividad del resto, colocar su producto. Los países acreedores gracias a la venta de sus bienes y servicios (puede que en parte con trampas pero seguro que también debido a su mayor competitividad) jugaron sus cartas, pero en última instancia estaba en manos de los países ahora deudores haber rechazado el crédito mientras aplicaban políticas macroeconómicas más sanas y razonables. No se hizo así, porque según ha confesado alguno de los gestores, era impopular y quien iba a quitar la música en medio de la fiesta. Ante esta debilidad, los malvados bancos de los países acreedores (representantes de sus ahorradores) prestaron dinero a Grecia y España, quienes gastaron esos recursos en fines poco interesantes para mejorar su capacidad productiva. Ambos países comparten una abultada deuda y una economía capidisminuida, aunque en el caso español el país está lleno de infraestructuras de muy dudosa utilidad. 

En el caso de Grecia el rescate aprobado por la Unión Europea para evitar su quiebra se ha dirigido a pagar los créditos pendientes con los bancos, pero conviene recordar que esos bancos habían dado durante bastante tiempo el dinero previamente al sector público y privado griego, que lo gastó básicamente en operaciones corrientes sin importarles su nivel de ingresos públicos o el ahorro privado. 

Llegados al punto actual, en algunos foros se ha incorporado al debate el concepto de deuda ilegitima, con un contenido tan difuso que hace imposible evaluarlo. En la práctica significa algo parecido a no debemos hacernos cargo de lo sucedido antes porque los responsables eran "unos chorizos". Es cierto que hubo casos de corrupción, muchos y variados pero su argumento se debilita cuando se recuerda la falta de protestas generalizadas de la población cuando había dinero en circulación. Una actitud alentada por unos responsables políticos que recibían el apoyo de la población) .

Siguiendo su argumentación como la deuda es ilegitima, no hay que pagarla, todavía con más motivo porque quienes perderán son los banqueros. En este aspecto, recordar que los bancos prestan dinero cuyo origen en buena parte pertenece a depositantes, para quienes ese dinero es su ahorro, es decir, el dinero que han renunciado a consumir. No todos los ahorradores son ricos adinerados, muchos de ellos son personas y empresas normales, es decir, no son ricos de solemnidad.

Es cierto que las empresas alemanas han vendido más ayudadas de un tipo de cambio más reducido del que hubiera resultado en el caso de no existir el euro y también que la sociedad alemana es poco propensa a gastar; pero no parecen motivos suficientes para pedir que pierdan sus ahorros de la noche a la mañana. También es cierto que no toda la población griega (o española) ha vivido por encima de sus posibilidades aunque las cifras macroeconómicas lo reflejen muy claramente (muy elevado déficit fiscal y de balanza de pagos).

El dilema sobre quien ha tenido la culpa de la situación se decanta en contra de los acreedores, según estos foros, limpiando de responsabilidades al deudor, al que se presenta como una víctima de un status quo marcado por el despiadado sistema capitalista. Ni siquiera abren la posibilidad de compartir el riesgo entre deudores y acreedores. Una actitud más equilibrada porque también es cierto que los acreedores quieren cobrar sin reconocer su parte de responsabilidad en el problema creado al haber minusvalorado el riesgo en el que incurrían al prestar a países con fundamentos económicos muy deteriorados.  

En plena negociación de la renovación del rescate de la Unión Europea a Grecia, Varufakis propone como salida la europeización de la deuda pública, inversión, banca y de la crisis humanitaria. La idea de sustituir la actual QE por un programa de inversiones del BEI parece interesante porque puede ser efectiva como dinamizador de la demanda y la oferta, si se eligen adecuadamente los proyectos. Se percibe, no obstante,un problema de cómo distribuir el gasto entre países. El coste puede ser asumible porque en realidad la QE (quantitative easing) del Banco Central Europeo es una monetización de déficit, dado que nunca se van a recuperar en su totalidad los euros emitidos para la compra de deuda pública y su efecto puede ser más rápido e intenso que una reacción de los inversores privados ante la ausencia de deuda pública comprable.

La europeización de la deuda pública abre un espacio con más inconvenientes a resolver, porque para mutualizar la deuda, es decir que los países más solventes asuman la del resto, no solo se debe alcanzar un acuerdo sobre el pasado sino que es imprescindible controlar los saldos presupuestarios nacionales futuros, de manera que se garantice que no habrá nuevos sobresaltos con la aparición de déficits excesivos. Esa contrapartida está mal vista por una parte no pequeña de los críticos, presentándola como una invasión de la soberanía y un recorte de la política fiscal para dinamizar la demanda. Aquí aparece la otra pata que presenta Varoufaquis, la Unión Europea debe financiar la lucha contra la pobreza. Una vía articulable de dos formas: los países ricos aportan más (transferencias corrientes entre países adicionales a la política agrícola comunitaria y los fondos estructurales) o no se contabiliza en los presupuestos de los países más pobres este gasto. Una opción ésta última que obviamente aumenta el incentivo al déficit (riesgo moral).  

La deflación por deuda existe y llevará tarde o temprano a la aplicación de quitas más o menos encubiertas, pero la contrapartida tiene que ser el control supranacional de la política fiscal. El perdón de la deuda (o como se le quiera llamar) tiene que estar unido a la garantía de que no se producirá otra situación como la actual con países con deudas abultadas.

Relacionado con este tema, transcribo una parte del reciente artículo de Jurgen Habermas en el diario El País: "La exigencia de una quita de la deuda, bajo continuo de sus negociaciones, no basta para despertar en la parte contraria la confianza de que el nuevo Gobierno va a ser diferente, de que actuará con mayor energía y responsabilidad que los Ejecutivos clientelistas a los que ha sustituido". El articulista defiende una conclusión diferente al conceder poca importancia a esta cuestión, mientras apela a otros valores que chocan no sólo con la actual distribución de la renta sino también y, sobre todo, con la fuerza de los nacionalismos. Europa no es una nación y no creo que la actual gobernanza y las conductas de los países lleven pronto a esa situación. Pero la experiencia demuestra que sin confianza no hay posibilidad de acuerdo. Las actitudes de una parte de los negociadores de la Unión Europea son manifiestamente mejorables, pero las opiniones vertidas por los representantes de quienes se autodenominan fuerzas del cambio, no colaboran a crear la necesaria confianza para alcanzar un acuerdo.

Considero muy negativa una hipotética salida de Grecia, por la población griega y porque hace más frágil el proyecto europeo, pero su salida convertiría en real el experimento tantas veces propuesto por Krugman. En mi opinión, el resultado será pésimo para los griegos porque la opción de recuperar su moneda les obliga a vivir solo con sus recursos. Para rentabilizar la brutal devaluación de su tipo de cambio necesitaran de un muy alto grado de grado de disciplina en la fijación de las rentas de los factores para no seguir el aumento de los precios de las importaciones. La devaluación externa necesita también de una devaluación interna para ser efectiva. Sin ese gran esfuerzo de moderación (o disminución) de las rentas ni siquiera el impago de la deuda mejorará su situación y el resultado será mucho peor que el actual. 

Una tarea nada fácil de conseguir en un país con tan baja disciplina institucional como Grecia que además ha estado alentado por un montón de promesas que caminan en dirección contraria. Aunque parezca difícil, desgraciadamente, se puede empeorar y no va a ser la la franja más rica de los griegos. 

La alternativa obvia es más Europa aunque es evidente que el problema está en cómo hacerlo. A falta de ese desarrollo se puede obtener una conclusión adicional, sin una mejora en la responsabilidad de todos, no solo de los políticos, el camino se hace más difícil y los movimientos populistas que están surgiendo en Europa van en dirección opuesta.

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