domingo, 31 de marzo de 2013

Atajos que llevan al precipicio

La entrada en este blog sobre la posibilidad de haber tocado fondo en la crisis de la economía española va a tener que esperar porque el asunto de Chipre ha añadido nuevas incertidumbres, a las muchas que ya sobrevuelan nuestro destino. Nuevamente la solución a un problema grande y grave será difícil y cara. La primera pregunta que se pasa por la cabeza es cómo un país con un sistema financiero hipertrofiado, características de paraíso fiscal y sistema tributario casi inexistente, puede conseguir el placet de entrada a la Zona Euro (me atrevería a decir que tampoco cumple las condiciones para pertenecer a la Unión Europea). Pregunta sin respuesta a partir de criterios asumidos por la teoría económica lleva a buscar alguna causa política, posiblemente poco comprensible para el común de los mortales o puede que demasiado obvia para la mayoría.

Superada la primera cuestión, por otra parte decisiva porque de no haber entrado Chipre a la Zona Euro no tendríamos el problema, se me ocurre reflexionar sobre cual sería el nivel de vida de los chipriotas sin ese modelo productivo que atrajo tanto dinero del exterior. Dado que la localización de yacimientos de gas es bastante reciente y se necesita un determinada tecnología para su adecuada explotación, la riqueza obtenida con los recursos propios disponibles anteriormente habría generado una renta bastante inferior a la actual. La solución elegida me suena a atajo. Estoy de acuerdo con la opinión de Krugman al señalar a los excesos de la libre circulación de capital como una causa con mucha influencia en algunos de los actuales problemas en Chipre y en el otros países, pero no me resigno a buscar los motivos por los que las sociedades se dejan deslumbrar por los atajos cuando la experiencia nos demuestra que la mayoría de las personas pierde y, mucho, al final del proceso. Lo de tomar atajos no ha sido una prerrogativa única de los chipriotas, al ser extrapolable a la burbuja inmobiliaria española, la combinación de inmobiliaria y financiera en Irlanda y la estrictamente fiscal en Grecia (sin dejar de incluir los activos tóxicos de la banca norteamericana). Es fácil buscar culpables en el exterior pero nuevamente me ronda por la cabeza la inquietante pregunta sobre quien es más responsable, si quien presta y, por tanto debe elegir bien el receptor para reducir el riesgo o, quien acepta el préstamo y debe asumir la carga de su devolución con los correspondientes intereses en los plazos pactados. La aplicación de controles de capital propuesta de forma encubierta por Krugman en el citado artículo limitaría el dilema pero desgraciadamente solo se puede aplicar a futuro.

A la espera de ese tipo de soluciones más estructurales nos enfrentamos a las consecuencias de un rescate donde concurren muchas dudas. Una primera es su dimensión. La suma de la aportación del Eurogrupo y las quitas a los depósitos superiores a 100.000 euros rondan los 15.000 millones de euros, poco más del 15% del valor del pasivo del sistema financiero chipriota. Esta cifra podría ser insuficiente para afrontar las pérdidas en que ha podido incurrir un sistema financiero obligado a realizar inversiones muy agresivas para cubrir las altas rentabilidades ofrecidas a los depositantes (se lee que los activos en bonos griegos pueden superar los 60.000 millones de euros).

En segundo lugar, el control de capitales debe ser muy severo y de larga duración porque una hipotetica salida de depósitos ahondaría el desequilibrio en los balances de las entidades. De hecho, la huida del dinero de los grandes inversores rusos que han contado con la debida información en tiempo y forma, ha sido posiblemente uno de los detonantes de la quiebra. La existencia de este control no alienta la llegada de dinero de fuera de la Unión Europea a países con necesidad de financiación, como España, más bien puede incentivar su marcha; aunque no debería entorpecer el movimiento del capital dentro de la Unión Europea.

Por último, un rescate de 10.000 millones de euros a pagar por el sector público chipriota, es decir por sus ciudadanos, eleva su ratio deuda pública/PIB hasta superar el 130%. Una pesada carga para un país que de momento se queda sin su principal motor de riqueza, el sistema financiero. Dando por hecho que el esfuerzo a realizar por los ciudadanos chipriotas con repercusión en un descenso de su nivel de vida pero también en su PIB anual, tan sólo la rápida rentabilización de nuevas formas de riqueza le podría salvar del impago de una parte de la deuda que, muy posiblemente, afectaría también a la solvencia del sistema financiero restante.

Más problemas para Chipre y para los acreedores que deberán renunciar a recuperar una parte del préstamo.

Me viene a la cabeza el daño creado por el muy deficiente procedimiento de resolución aplicado por el Eurogrupo sin estrategia clara y varios cambios en su contenido, entre ellos la penalización de los depósitos inferiores a 100.000 euros y, por consiguiente, la ruptura de la barrera de confianza de los ahorradores.

También pienso que aunque los depositantes de los bancos chipriotas tenían la característica especial de estar muy bien remunerados y, por tanto, existir una causa para que paguen un coste, no entiendo por qué no se ha utilizado la vía de penalizar también a los bonistas. Me resuena en la cabeza la necesidad de alcanzar una verdadera unión bancaria y también la posibilidad de limitar la circulación de capitales para evitar males como los conocidos. Podría ser ésta última una solución a explorar, pero no dejo de pensar que a falta de ese instrumento es necesario fortalecer la mente de las sociedades ¿su cultura? para evitar tomar atajos que llevan siempre al precipicio. En definitiva no caer en cantos de sirena y trabajar para crear un modelo más sólido que produzca bienes y servicios sostenibles en precio y calidad, incurriendo si fuera necesario durante un tiempo en un endeudamiento con el exterior de dimensión razonable.

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