A veces me gustaría ser como los niños pequeños que reclaman
sus deseos como si fueran necesidades, y chillan o lloran sin más cuando no
alcanzan esas pequeñas o grandes cosas, que en cada momento conforman su mundo.
Un mundo corto, estrecho y efímero que sustituirán rápidamente por otro en muy breve
tiempo porque su tiempo solo es presente, en un ejercicio interpretable como
mecanismo de defensa para no verse entrampado en la dinámica de una vida que
intuyen demasiado exigente. Los niños no son cosas tontas, al contrario son
personas, y muy listas, a las que hay
que poner en su lugar, a las que hay que orientar y sobre las que hay que
ejercer continuamente el principio de autoridad. De esto, me temo sabes tu
bastante aunque creo puede que te preocupe más comprobar la falta de
conocimiento o compromiso de los padres.
La condición humana es insaciable y quizás me gustaría poder
contarlo detalladamente con grandes ojos ilusionados a alguna persona que lo
recibiera con cariño. El impulso viene de contar esta tontería, y alguna otra,
mientras miraba tus ojos y la expresión de tu cara. Puede que sea porque pienso
me hubieras entendido.
No, creas que el día ha sido desastroso, todo lo contrario
el día ha sido bonito: me lo pasé bien de vacaciones, esquiando en un día de
trabajo con la sensación de ser un adolescente que ha hecho novillos en el
colegio.
Ya sabes, rabietas de niño. Disculpa el atrevimiento.
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