Comienza la tarde en Madrid. Me contesto antes
de seguir con mis quehaceres.
La condición humana es el centro del mundo. Las
personas son capaces de los mejor y lo peor. De lo mejor porque la ambición de
ser el mejor en algo puede generar muchos efectos positivos a los que te
rodean. Hay ambiciones sanas: el conocimiento, la música, la literatura, la
generosidad. Una persona puede querer ser admirado por muchas cosas que son
positivas para el resto. Desde esa perspectiva, la ambición es sana. Se
trataría de crear las condiciones para que los mejores se encuentren entre sí y
colaboren para unir sus individualidades alrededor de intereses comunes de la
sociedad. Entonces, es posible el avance en la civilización. Pero las personas
también somos capaces de lo peor. Desde pequeñas afrendas a otros más débiles,
hasta el genocidio dirigido por unos pocos pero perpetrado por muchos.
El individualismo se ha acompañado en los
últimos tiempos, quizá no tan últimos, del fomento de la cultura de la falta de
esfuerzo. Hay derechos, no hay obligaciones; el interés personal no solo es
hegemónico sobre el resto sino único. A veces, ni siquiera se es consciente de
la existencia de otros intereses. Falta empatía y compasión con quienes nos
rodean. En esta cultura, las personas son débiles para afrontar los retos y su
forma de obviar esa deficiencia es profundizar en la búsqueda de intereses
particulares, ajenos al resto de la población. Los débiles solo son fuertes (y
dolosos) con quienes son más débiles que ellos.
No hay plano común. El individuo pulula sin
brújula cada vez con más miedo y, en ese contexto, el materialismo más burdo
gana terreno de forma lógica.
El balance del mundo es optimista si se analiza
el avance civilizatorio en buena parte del territorio (entendido como la falta
de necesidad de matar al contrario). Pero todavía quedan muchos lugares donde
no se ha producido y, en los demás, se producen retrocesos que hay que gobernar
para que no sean definitivos. Se trata de primar los impulsos buenos frente a
los malos, y en eso la elite intelectual tiene una responsabilidad determinante
que, desgraciadamente, no siempre quiere asumir. Unos pocos pueden generar
mucho bien pero también mucho mal. La condición humana es así, no hay que
engañarse, pero sí trabajar en la dirección correcta. Los "malos" no
se van a dejar pero el principal problema actual es que una parte de los que se
autocalifican como "buenos" en realidad están en la otra parte por
comodidad o intereses inconfesables. Los partidos denominados de izquierda se
han convertido en un instrumento utilizado por unas pocas personas para acceder
a la elite mediante el uso de su ideología, y disfrutar de sus privilegios. Su
forma de entender la elite es transversal al poder alcanzarla desde diferentes orígenes,
pero en definitiva, lo importante es pertenecer a ella. Hace muchos años, un
diputado me dijo: esto es como un tío-vivo, da muchas vueltas pero lo importante
es estar encima del caballito. La conducta se ha extendido mucho hasta
convertirse en costumbre y con ella se consolidad una impostura de gran
calibre.
A pesar de todo esto, hay espacio para
disfrutar de las pequeñas cosas. Los escépticos también tenemos derechos que
pueden ser compatibles con asumir las correspondientes obligaciones.
Madrid 17 de abril de 2012
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