Reflexiones de un amigo que cumple 53 años
Tengo un amigo que
hoy cumple 53 años. Es una persona normal con alguna tendencia compulsiva que
tiene las contradicciones habituales en las personas (humanas). Los cumpleaños
tienen su rito y simbología porque formalmente comienza un año nuevecito (como
los romanos de Asterix) donde se puede uno plantear nuevos retos aunque también
aparece la tentación de mirar un poco hacía atrás, sobre todo, cuando vas
acumulando ya una edad.
Este amigo dice
estar agradecido a la vida porque le ha concedido muchas experiencias, momentos
alegres, conocer muchos lugares y algunos buenos amigos (esas personas que
siempre están dispuestas a ayudar y darte cariñitos cuando lo necesitas). Está
contento también porque siempre ha tenido personas que le han querido y cuidado,
y él ha tenido personas a quien querer y cuidar. Este amigo considera que disfrutar
del amor es el mayor privilegio al que puede acceder una persona. En este plano
todo es positivo aunque lamenta el daño que ha podido hacer a alguna persona
que no lo merecía.
La conversación con
él me descubrió también que se siente satisfecho del esfuerzo y el trabajo que
ha realizado en su vida por mejorar su conocimiento. La sombra, sin embargo,
apareció en su cara cuando me contó su decepción con la evolución de una
sociedad pueril y acomodada que huye de sus responsabilidades y permite unos gestores
de sus intereses mediocres y aprovechados. En ese campo me contaba que mantiene
su interés por la mejoras civilizatorias que, en su opinión tienen que estar
acompañadas de una mayor calidad de vida de la población. En esa tarea,
continuaba en su monologo, mantiene su creencia en la necesidad de disponer de
instituciones sólidas con participación de partidos políticos y organizaciones
sociales y económicas. Pero el tono se convirtió en reproche cuando analizaba
la experiencia en ese terreno. Pobre y desalentadora. La población se ha
convertido en rehén de intereses particulares y clientelares articulados
alrededor de estas organizaciones. Los mediocres han ganado el terreno a las personas
valiosas y se han adueñado de la escena. El poema de Machado se ajustaba a la
situación: Mala gente que camina y va apestando la tierra...
Ante tamaño
desatino rebajaba el desaliento provocado por el resultado de sus años de
trabajo, esfuerzo e ilusión dedicados a la deseable tarea de mejorar la vida y
convivencia de las personas. Me recordaba lo difícil que le ha sido asumir el
cinismo de unos compañeros de viaje que priorizaron formar parte de la elite
olvidando intentar aplicar el discurso que les ha permitido acceder a ella. En
especial recalcaba, no se puede estar satisfecho del trabajo en mejorar la
educación de la personas a la vista de la conducta de la actual sociedad y,
parece más bien que el objetivo proclamado de aumentar el conocimiento, no solo
camina a la cola de las inquietudes de quienes lo pregonan sino que lo tienen
situado al principio de la relación de cuestiones a evitar.
De todos modos
continuaba en su exposición que yo escuchaba con atención, él sigue creyendo en
los mismos valores individuales y colectivos, aunque cada vez aprecie más la
educación y el respeto de las personas y, haya ganado posiciones en su ideario,
la necesidad de reconocer el esfuerzo personal en contra de un concepto de igualitarismo
nunca bien definido en la práctica. Valores que buscar mientras se intenta
disfrutar de esas pequeñas cosas que llenan la vida.
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